Despertar con la sombra vaga de un recuerdo trágico y
perdido.
Despertar luego de
que los gritos dieron paso a los gemidos y suspiros ahogados fugándose en el
aire.
Despertar luego la
adrenalina que nos invadió en el mutuo abrazo final de los amantes.
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Todavía siento las manos
húmedas luego de tocarte a mi manera.
Todavía siento los
labios húmedos tras el beso mortal y a la fuerza.
Dichos sentires se
irán pronto pero lo que no se irá será el sentir de tu cuerpo acostado junto al
mío, en esta cama carmesí, en esta casa ajena.
Te arrimo a mí, te
abrazo pero te siento tan distante, ¿Qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué sucede?
No me hablas… Ni te
mueves, te siento fría, te siento ausente.
Cierro los ojos
intentando ignorar el dolor que me produce tu alejamiento silencioso e inerte.
Te volteo para ver tu
rostro y confrontarte, preguntar el por qué estás así.
Pero tus ojos me observan
y a la vez no con tu mirada grotesca y
penetrante.
Siento que me
rechazas con tu silencio, con tu ausencia, con tus ganas de no estar cerca.
Beso tus labios gélidos
e intactos, llenos de vacío como nuestras conversaciones pasadas, todas sin
sentido.
Y vuelvo la mirada a
tus ojos blancuzcos e inexpresivos y sonrío, como si nada hubiera pasado, como
si todo estuviera tranquilo.
Vuelvo a besar tus
labios fríos e intactos mientras acaricio tu vientre acuchillado, duro y frío.
Mi mano baja
lentamente de tu vientre a entre tus piernas e introduzco mis dedos en tu sexo
frío y ya nada blando pero No haces ninguna expresión, como siempre: Sólo me
miras.
Me subo sobre ti y
comienzo hacerte el amor mientras lloro sin saber por qué, mientras lloro sin
sentido. Eres mía ahora, más que antes, me perteneces… Aún después de la
muerte.
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